miércoles, 17 de marzo de 2010

UN MAR DE AZUL PROFUNDO EN LA MEMORIA

Mariana recordaba perfectamente al profe Alberto, a pesar de los muchos años que llevaba sin verlo, hasta que se lo volvió a encontrar. Él había sido su mejor profesor, tanto, que aunque ella odiaba la biología, con su paciencia, dulzura y más paciencia, él hizo que se entusiasmara estudiando bichitos raros, conociendo los secretos de las plantas o los de su propio cuerpo.

Recuerda, cómo a sus 14 años se pasaba horas imaginando cosas, mientras escuchaba a su profe ya convertido en su íntimo Alberto, explicando los mecanismos de reproducción de animales y plantas, mientras veía láminas y dibujos del cuerpo humano, mientras soñaba despierta. Él era amable, respetuoso, pero Mariana siempre veía en sus ojos algo que la emocionaba; estaba segura de que a ella la miraba de una manera diferente que a las otras niñas.

Le encantaba cuando él se acercaba a su pupitre a preguntarle cualquier cosa, oliendo a limpio y a café; ella evitaba reírse porque estaba convencida de que si lo hacía, él la vería feísima, por eso apretaba los labios para mantener a ralla a esas cabras desbocadas que tenía por dientes. El profe Alberto la regañaba suavemente cuando le encontraba los cuadernos llenos de garabatos, a pesar de que ella lo quisiera convencer de que era artista, de que algún día sería pintora; Alberto la hacía cerrar el cuaderno y concentrarse en el experimento, con patas de ranas o corazones de vaca. En esos días la flacura de Mariana no impedía ver que tenía unas piernas preciosas. Su picardía y frescura divertían mucho a Alberto, pero algo quedaba inquietándole el corazón y la conciencia dos veces por semana, cuando la veía en su uniforme azul marino del colegio de monjas… a veces toda la semana.

Alberto estaba cansado, pero hoy se sentía especialmente dispuesto a arrastrar su cojera hasta la sede del colegio de monjas, donde hace tanto tiempo fue profesor de biología y que ahora celebraba 50 años de fundado. Desde el día que le llegó la invitación, Mariana empezó a instalarse en su presente, con una fuerza que lo aplastaba. ¡Válgame Dios!, se decía a menudo, desde el día que supo que la vería de nuevo; porque eso era lo que esperaba, que Mariana se presentara. Seguro que se había convertido en una mujer bella, extrovertida. ¿Sería artista?, ¿estaría casada?, ¿lo reconocería?. Alberto, casi no podía respirar del alboroto que sentía en el pecho. Sólo de imaginarse que la volvería a ver empezaba a sudar. Se fue a duchar, aunque faltaban tres horas para el evento; no quería que nada lo hiciera retrasarse. Ya el día anterior había escogido la corbata que llevaría. A Mariana le gustaba el azul, a pesar de que odiaba el uniforme, pero el azul de la camisa que él a veces se ponía, sí le gustaba, se lo había dicho y él, por Dios, ¡lo recordaba perfectamente!. Por eso hoy se iba a poner esa corbata azul océano, que había comprado para lucírsela a ella. ¿Y si resulta que a Mariana le gusta bailar?; porque ya sabía que la celebración iba a ser por todo lo alto. Ella no sabía que él ahora cojeaba.
-Le voy a decir, apenas la vea… No se que podría decirle y menos si se presenta con un esposo o un novio- se torturaba pensando.
Ya Alberto estaba saliendo de la ducha, dispuesto a afeitarse meticulosamente y echarse colonia, luego se vestiría y saldría a las 7 en punto, una hora antes, para la celebración del encuentro con Mariana. Sólo que al poner el pie fuera de la ducha, perdió el equilibrio y cayó estrepitosamente golpeándose en la cabeza y en el hombro derecho. Más que el dolor en su cabeza, lo torturaba la idea de que ya no la vería. A pesar del intenso dolor, pudo levantarse y llamar a Rodrigo, su vecino de muchos años. Ma. Elena, su mujer, se había ido por un tiempo a Mérida y él ya sabía que no estaría ahí cuando ella regresara. Este matrimonio le pesaba más que el vacío que era ahora su vida, jubilado de la docencia y del amor. En poco tiempo, ya estaban en el hospital. En el mismo hospital donde esa tarde había ingresado una pareja con múltiples fracturas por un terrible accidente de tránsito. El hombre había muerto en la operación, con el corazón perforado; también encontraron que el hígado lo hubiera matado pronto. El alcohol lo había vencido, de todas maneras.
Apenas lo terminaron de suturar, la vio. Estaba acostada en una camilla a su lado. Estaba empezando a despertar de la anestesia. Había sufrido una severa fractura de cadera. Los médicos le dijeron más tarde a Alberto, cuando supieron de su vínculo con la joven mujer, que quizás más adelante Mariana podría volver a caminar, porque era joven y muy delgada. Alberto estaba a su lado cuando Mariana abrió los ojos. Lo reconoció enseguida y apretando la mano que él le tendía, le regaló una sonrisa de brillos plateados, mientras las lágrimas corrían por sus delgadas mejillas.